28 abr 2016

Las casas de Fred y Margarita Hessler en Altea, por Miguel del Rey

Dos casas les conocí. La primera tras la Estación de la Olla, una planta alta de un viejo edificio rural destartalado que ellos supieron transformar en un interior cálido y humano. Tan particular y amable que desde sus ventanas desaparecía el cierto caos externo y todo se transformaba en un armonioso paisaje. Uno de los cuadros que de ellos conservo fue precisamente una tabla al óleo sobre el paisaje en el que se encontraba su casa. Me gustaba mucho, quería cómpraselo, ellos no querían deshacerse de el. Solo en los últimos tiempos accedieron a mis pretensiones, por lo que más que una compra fue un regalo a un amigo. Es un cuadro de Margarita que me estimo particularmente con su interpretación de la naturaleza domesticada pero muy naïf, como a ella le gustaba. Recuerdo ver colgado el cuadro en su sala cuando en alguna ocasión traía carne de reno ( o eso decía) de Suecia, y lo cocinaba y nos invitaba… y teníamos un pequeño banquete regado por buen vino.


El jardín fue su otra pasión. Era como no podría ser de otra manera en su caso, un jardín con un encanto particular al conseguir transformar un pequeño ámbito agrario en una especie de jardín doméstico con flores de temporada, con bulbos, absorbiendo para sí algún lejano algarrobo o palmeras salvajes que salían por doquier. El centro era una capillita de teja vidriada. Tras ella el paisaje tranquilo del mar con el perfil de la Olla.



Más tarde hice mis funciones de Maestro de Obras, no de arquitecto. Querían construirse una casa. Eligieron un corral sobre el extremo oeste del Castellet de Altea la Vella en su parte más alta. Lo compraron con sus ahorros, sabían como querían su casa, me preguntaban aspectos técnicos, adecuaciones a los muros existentes. Les indiqué como debían reconstruir los muros, conservar lo posible, adecuar otras cosas, y también indiqué que conservaran los vestigios extremos del antiguo Castellet islámico, los tratamos con cariño, casi como una reliquia, pues es lo poco que queda de esa época a la vista en el Poblet. Lo mimaron y conservamos el testigo. Construimos la casa con Juan el Chaparro, con sus buenos oficios de albañil conocedor de estas técnicas. La casa fue pues a su gusto, y por su manera de construirse podría decirse que fue una arquitectura diríamos vernacular. En ella vivieron y vivimos muy buenos momentos.



Fue un placer conocerlos y vivir su amistad.
En su memoria.

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